Santo Tomás de Aquino, filósofo católico del siglo XIII
Santo Tomás de Aquino, filósofo católico del siglo XIII, es, como ya sabéis, una
de esas montañas del pensamiento universal. Uno de esos indiscutibles junto a
Platón, Aristóteles, Leibniz, Kant, Hegel, y quizás Wittgenstein. (Puede que me
deje alguno, pero sobrar no sobra ninguno). Si algo tienen en común todos los
filósofos clave, que se cuentan, como digo, con los dedos de las manos, es que
son filósofos que tratan la totalidad. No se especializan en el cerebro de la
sanguijuela sino en el Ser en toda su extensión. Son los autores de las grandes
preguntas y de las grandes respuestas. Los que se ocupan de lo importante. De
todo lo que es el hombre, de su universo, sin perderse en reflexiones concretas
sobre hechos temporales. Por eso se puede leer a cualquiera de ellos en
cualquier momento, en cualquier circunstancia, porque su obra está fuera del
tiempo. Leyéndolos te das cuenta de que, aun pensando toda la realidad, están
fuera de la cuarta dimensión, la temporal, y sus reflexiones siempre serán
válidas y universales. Siempre. En cualquiera de los universos y líneas
temporales posibles. Hay más verdad en ellos, aunque no estés de acuerdo para
nada con lo que dicen que en cualquier autor actual que esté de moda y
cualquiera de esos «clásicos» que el marketing de las editoriales nos dicen que
hay que leer. Y una mente prodigiosa como la de Santo Tomás de Aquino no solo se
ocupaba de teología especulativa, porque su propia forma de concebir el mundo,
como la de cualquiera de estas montañas del pensamiento, es totalizadora. Y si
piensa sobre Dios es porque sabe que esa dimensión, la espiritual, es tan humana
como cualquier reflexión mundana sobre el quehacer diario, y al mismo tiempo,
cualquiera de estos filósofos, y por ello mismo, analizan lo mundano con la
misma seriedad que piensan lo sobrenatural. De aquí su grandeza. El de Aquino,
Italia, analizó un fenómeno humano, muy humano, y muy mundano, pero al mismo
tiempo muy importante e incluso elevado. La tristeza. ¿Quién no ha estado triste
alguna vez? ¿Lo has estado? ¿Lo estás? ¿La tienes tan asumida que ya es tu
«estado natural»? ¿Alguna vez has sentido que la tristeza te acompaña más de lo
deseado? Es evidente, y huelga decir, que las emociones como la melancolía y las
penas son tan antiguas como la humanidad misma. Curioso que un filósofo como
Santo Tomás de Aquino, que los que no lo han leído siempre le encasillan en lo
especulativo y en reflexiones estériles sobre el sexo de los ángeles, nos
ofrezca remedios sencillos y prácticos para combatir los días grises. La
autoayuda ya existía, pues, mucho antes de la autoayuda. Y un filósofo
totalizador no podría ser menos. ¿Cómo combatir la tristeza? Dice Santo Tomás:
1) Date un pequeño placer: una buena cerveza, un buen vino, un buen libro, tu
plato favorito o una caminata bajo el sol. A veces, las pequeñas alegrías
cotidianas son el mejor antídoto. 2) Llora sin miedo: las lágrimas no son signo
de debilidad, son limpieza para el alma. Santo Tomás pone el ejemplo de cómo
Jesús lloró cuando su amigo Lázaro murió. 3) Rodéate de amigos: una conversación
honesta puede ser el inicio de una gran sonrisa. Déjate aconsejar por tu gente.
4) Admira lo bello, contempla la verdad: una pintura, una melodía o un paisaje
pueden cambiar tu perspectiva. 5) Cuida tu descanso: dormir bien y un baño
reconfortante pueden obrar maravillas. Como veis, el maravilloso materialismo
tomista en todo su esplendor. La escritura, como expresión de nuestra alma, es
un vehículo extraordinario para liberar emociones y transformar pensamientos.
Escribir nos permite dialogar con nosotros mismos, explorar el pasado y soñar
con el futuro. En cada palabra, podemos entretejer consuelo, esperanza y
propósito. Así que, ¿por qué no probarlo? Tómate un momento hoy para escribir lo
que sientes, lo que sueñas o lo que simplemente quieres dejar fluir. Porque
escribir es mucho más que poner palabras en un papel; es regalarle a tu espíritu
un poco de luz. Recuerda: no importa cuán oscura parezca la noche, siempre hay
remedios que, como estas palabras, nos reconfortan y guían hacia la alegría. No
me hagas caso a mí, házselo a Santo Tomás de Aquino, que él sí era un genio
absoluto y sabía lo que decía.
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