domingo, 29 de noviembre de 2020

Cesar Nicolas La granada y Proserpina .

HaSTa pOr fACebOOk: VeLadOS hOmEnAjES a PRoSeRPiNa dE FrAnCiScO LaYNa RaNZ (y míOS, a mOdO dE cOmENTaRiO y pUeSTo cOmO vOy a PiE o eNTrAdiLLa dE fOTO. Y nOs sALe uN mETeORiTO siN qUeReR) —————————————28 de noviembre Granadas: es ahora precisamente su estación. Yo las tengo en el frutero. Me gustan particularmente para abrirlas y verlas. Desde niño, tiendo a chupar el zumo de sus granitos, esos zafiros que salen de la despensa, exprimiéndolos lentamente en la boca: como la sandía, la granada es una fruta eminentemente táctil y visual, y para mí también proustiana, unida a la memoria. Pero hoy voy y me encuentro con una granada abierta de par en par en una foto de Layna Ranz, puesta en las manos: imagen que no es desde luego una granada sino un símbolo, de esos que llamamos icónicos. ¿Un símbolo? “Y el mosto de granadas gustaremos”. Sea ebria, erótica o aparezca en cierto “Cántico” puesta a lo divino (ofrecida para el trance y el engolfamiento místicos) la granada resulta para empezar símbolo del universo, esa bóveda estrellada de los antiguos, microestructura (y fractal) del todo, resumen de lo indecible. He aquí la maravilla de una granada abierta o entreabierta, sin más. Pero emerge también la maravilla de su polisemia e implicaturas: esas sus resonancias culturales, simbólicas, semióticas (en un arte de la cita, en ocasiones callada o secreta, como también ocurre aquí). Y leemos a Bécquer (“Es tu boca de rubíes / purpúrea granada abierta”) o a García Lorca, que ve “un cielo cristalizado” y hace semigreguerías con este fruto, como ya advirtió Cernuda, que me guió espigando tempranamente ciertos ejemplos a una tesis doctoral: “La granada es como un seno/ viejo y apergaminado”, añade el poeta por si fuera poco de Granada, reverberando. “La granada nace del granizo”, apostilla en un telegrama lleno de puntería el propio Ramón Gómez de la Serna. Pero también abrimos a Layna Ranz, del que hoy mismo, ya de madrugada y en estado de duermevela, muy tarde, cuando nos íbamos a dormir, empezamos a leer un nuevo libro, sorprendiéndonos otra vez la obertura, ese abrirse incluso a sí mismo del texto, para colmo dialogado. Y ahora sucede que me despierto y al ir a coger el móvil de nuevo de debajo de la cama (donde lo dejé ayer de amanecida leyéndole) hallo lo primero de todo en una foto que irrumpe al abrir el noticiero de Facebook esta simbólica granada puesta por el mismo escritor. Curiosa marca y hasta seña iniciática. Y dice escuetamente: “¿Quieres?” Y es para glosa de meteorito. Porque dejando al Parajanov de una película como “El color de la granada” y a San Juan de la Cruz aparte, hay que advertir que tanto a Francisco Layna Ranz como a mí, el mito de Proserpina (con el que esta fruta tan hermosa va unida, lo mismo que la manzana con Eva) nos interesa mucho. Lo que se refleja en la poesía de ambos. Cuando abrí por vez primera y al azar un libro de Francisco Layna, me encontré sintomáticamente con Proserpina y el Hades, entre abejas, ritos antiguos y granadas y una atmósfera muy, muy especial y hermosa (llena de penumbras, entre dos luces) que me fascinó. Brotaba de aquel poema de “Tierra impar” que el lector había elegido casualmente. Caen ya las últimas hojas con los fríos, empapadas de lluvia. Y vemos que Proserpina regresa otra vez al Hades, con el Viudo, el Desdichado —sí, el Desconsolado: ese Señor de la Sombra, de las Tinieblas, que la está llamando impaciente, lleno de dolor y de deseo, porque ella tiene un pacto que cumplir. Algunos abrimos granadas y libros y se los ofrecemos y comemos también, acompañándola: “Je suis le Ténébreux, —le Veuf, —l'Inconsolé, Le Prince d'Aquitaine à la Tour abolie (...)” . . . . . [Ya lo decía Cassirer: somos animales simbólicos. Esta glosa o apunte míos a propósito de una foto (pero de la granada y Proserpina), escrito entera y directamente sobre la planilla de Facebook y recién acabado de improvisar (cuando son ya las ocho casi y media de la tarde), pasará posiblemente a “Meteoritos” de 2020, libro inédito etc. El caso es que nació como un comentario y luego entradilla en esta red social. Lo dicho: patch-work, arte de la cita, conjunto de intertextualidades sin cuento —porque unas agujas hilvanan y hasta imantan a otras, como ya veía Montaigne.]