Irenevallejomoreu Víspera del Día de Difuntos
Irenevallejomoreu Víspera del Día de Difuntos «Cuando muere alguien querido, se
desvanece el futuro que no compartiremos, pero también grandes regiones del
pasado. Lo que vivimos juntos, la jerga íntima, las canciones, los chistes
incomprensibles para el resto del mundo y los recuerdos quedan huérfanos igual
que un zapato solitario. Tenemos que acostumbrarnos a un mundo podado, a una
casa vacía. Todo sigue en su sitio, pero nos parece gastado, insulso y tedioso.
A medida que pasan los días, disminuye la incredulidad de la ausencia, pero
subsiste esa aspereza, como una miga alojada en la garganta, como un guijarro en
las botas, y ese ardor sin freno que sube a los ojos. Y fantaseamos. Loca e
inútilmente, los llamamos por su nombre para que vuelvan y restauren el mundo
tal y como era. Por eso, todos los grandes mitos incluyen una bajada al país de
los muertos. Odiseo había dejado viva a su madre cuando partió a la guerra de
Troya, y ya nunca pudo despedirse de ella. En el imaginario homérico, cuando un
héroe desea hablar con un espectro amado debe ejecutar un ritual de tintes
vampíricos: sacrificar un animal, llenar un hoyo de sangre y dejar que el
fantasma se sacie. Tras beber la negra sangre, Anticlea reconoce a Odiseo y
ambos rompen a llorar. «Tres veces me acerqué, y tres veces voló de mis brazos
semejante a una sombra o a un sueño. “Madre mía, ¿por qué no te quedas cuando
deseo abrazarte para que ambos gocemos del frío llanto?”. “Ay de mí, hijo mío,
esta es la condición de los mortales al morir: los nervios ya no sujetan la
carne ni los huesos, y el alma anda revoloteando como un sueño”». ✍️ Fragmento
de un artículo publicado en El País Plañidera griega, siglo VI a. C.,
procedencia desconocida, National Archaeological Museum, Athens, Greece
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