EL ANCIANO EN LA LITERATURA LATINA:
EL ANCIANO EN LA LITERATURA LATINA: LA SÁTIRA SOCIAL La escasez y el silencio de
los documentos nos obligan a ir a la literatura para ver cómo vive un anciano
romano. PLAUTO escribía comedias de estilo griego. Él nos habla de una tema muy
del agrado del público: del anciano detestable, tiránico y lascivo, ridiculizado
y engañado por los que le rodea. «¿No crees que deberías de dejar de hacer
semejantes calaveradas, con la edad que tienes? Cada edad, como cada estación,
tiene sus ocupaciones adecuadas. Pues si se les permite a los ancianos ir detrás
de las muchachas en la última etapa de su vida ¿qués será de la República?»
HORACIO es menos desagradable con los ancianos, sin llegar por ello a
halagarlos. Los considera avaros, timoratos y chochos. De forma plástica y
literaria en su Ars poetica muestra una imagen fatalista de la vejez y considera
que no es ni una etapa dorada de la vida ni el momento culminante de felicidad
personal. Considera que la muerte es inevitable y ante ella no deben adoptarse
actitudes de resignación. « El anciano está expuestos a innumerables males;
amontona su dinero y luego, ¡oh piedad!, lo deja a un lado y no se atreve a
usarlo, administra sus asuntos con timidez y lentitud, los aplaza para el día
siguiente, tiene pocas esperanzas, poca actividad, querría ser dueño del futuro.
Es difícil para la convivencia, gruñón, elogia el tiempo en que era niño, no
cesa de criticar y reprender a los jóvenes. Los años traen consigo muchas
ventajas, que nos quitan cuando estamos de vuelta» SÉNECA tiene una opinión más
equilibrada de la vejesz. Si se convierte en algo penoso, no hay que dudar en
suicidarse. Pero no siempre se ve oblidado el anciano a esta salida. Las cartas
a Lucilio nos muestra lo esencial de su pensamiento sobre este tema. Cuando las
escribe, Séneca tiene sesenta y cuatro año y es un hombre desengañado. «Hay que
querer a la vejez, pues está llena de satisfacciones cuando se sabe
utilizarla…La edad avanzada, que aún no ha llegado el estado de decrepitud, es
muy agradable, y creo incluso que, el que ha llegado a conseguirla, tiene sus
placeres; al menos tiene el placer de no necesitar ya placer alguno» (carta
XII). «Conviene no permanecer ocioso; hay que trabajar para la posteridad»
(carta VIII) «y continuar estudiando:Un hombre, por viejo que sea, tiene siempre
algo que aprender» (carta LXXXVI). «Sobre todo, no hay que abandonarse,
descuidar la apariencia física y la ropa, si uno quiere conservar a sus amigos.»
CICERÓN Cicerón, en su obra Caton “Maior de senectute”, presenta una imagen
positiva de la vejez. Hoy día, sería considerado un libro de autoayuda. Es un
tratado de "gerogogía", como debería llamarse al arte de aprender a envejecer.
Cicerón pone en boca de Catón muchos argumentos que proceden de la tradición
griega, especialmente de Platón. Catón confiesa a sus jóvenes oyentes que
algunos placeres ya no se pueden obtener, pero la naturaleza sabiamente quita el
deseo de tenerlos. La culpa de que la vejez sea ingrata no está en ella misma
sino en las costumbres. Pues aquellos viejos que han cultivado la virtud a lo
largo de su vida, que son moderados y no exigentes, que han tenido una vida
"bien llevada" no debieran tener quejas ni mayores penas. Cicerón no oculta que
es obvio que abundan las enfermedades. “Mas éstas ¿no son también propias de los
jóvenes? ¿Es que alguien está libre de la debilidad y la dolencia?", pero agrega
que: "Es preciso llevar un control de la salud, hay que practicar ejercicios
moderados, hay que tomar la cantidad de comida y bebida conveniente para reponer
las fuerzas, no para ahogarlas. Y no sólo hay que ayudar al cuerpo, sino mucho
más a la mente y al espíritu. Pues también estos se extinguen con la vejez, a
menos que les vayas echando aceite como a una lamparilla". Estos pasajes son
recomendaciones dietéticas, en el sentido de una forma de vida acorde con la
edad. Hay que hacer notar que Catón agrega, a continuación, que la vejez "es
honorable si ella misma se defiende, si mantiene su derecho, si no es
dependiente de nadie y si gobierna a los suyos hasta el último aliento". La
última razón para deplorar la vejez, la proximidad de la muerte, es analizada en
“De Senectute” de Cicerón en un registro que ya se ha convertido en tópico. "Si
no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de
existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida,
como para todas las demás cosas". La literatura romana insiste además en la
capacidad de los senes de enseñar a las generaciones venideras gracias a los
conocimientos acumulados a lo largo de la vida, convirtiéndolos así en personas
imprescindibles para el correcto funcionamiento cívico, tanto en lo que respecta
a los asuntos políticos como a los económicos. Mostrar capacidad de interactuar
socialmente, y hacerlo además en movimiento, se percibía como símbolo de una
buena vejez, contraria al aislamiento de quienes habían quedado confinados al
lecho y por lo tanto no eran capaces de cumplir con sus responsabilidades
sociales En el ámbito familiar, se consideraba un logro personal reunir a una
amplia familia que sintiera admiración por el senes o la vetula. Mantenía su
autoridad, el mando sobre los suyos. Le temían sus siervos, le respetaban sus
hijos, pero todos le querían. En su casa estaban vigentes las costumbres patrias
y la disciplina. Igualmente son alabados los hombres que en la vejez seguían
ostentando puestos políticos y contribuyendo al correcto funcionamiento del
Estado. Ejercer dicho dominio con dureza los alejaba también de la acusación de
delicadeza, atributo característico de las mujeres y los ancianos androginizados
LA MEDICINA Y LA VEJEZ EN ROMA CELSO médico en la época de Augusto dice que los
viejos son propensos a las enfermedades crónicas, a reúmas, a problemas
urinarios y respiratorios, a las sinusitis, a los dolores de riñones y de
articulaciones, a los insomnios y parálisis, al dolor de oídos, de ojos y de
intestinos, a la disentería y a los cólicos. Añade que los viejos no soportan el
hambre, que sus heridas se curan con dificultas y ofrece como receta que los
ancianos deberían bañarse con agua caliente y beber vino no rebajado; cuando su
vista se debilita hay que frotarles los ojos con miel o aceite de oliva. GALENO
ofrece la primera teoría completa y consistente del proceso de envejecimeinto y
fue el único que estudió la naturaleza física de la vejez en ocho siglos de
historia romana. LA MUJER ANCIANA EN ROMA (VETULA) Lo primero que hay que tener
en cuenta es que en Roma la voz de la vejez, ya de por sí una minoría dentro de
las fuentes escritas de la época, es una voz de hombre. Las fuentes literarias
que nos hablan sobre la senectud y el envejecimiento son mayoritariamente
masculinas y transmiten la visión de un mundo masculino y privilegiado, haciendo
que sea prácticamente imposible para nosotros saber cómo se sentían las mujeres
romanas al respecto de la última etapa de sus vidas. La primera cuestión que
debemos abordar es quiénes son las vetulae, como eran denominadas las ancianas
en Roma. Considerando que el rol asignado a la mujer en Roma era el
reproductivo, la historiografía ha usado el fin de ese cumplimiento como
acontecimiento que data el paso a la vejez en las romanas. Así la menopausia,
que en la Antigüedad se daba en torno a los 50 años, era el momento considerado
como paso a la vejez. Dentro del sistema de pensamiento patriarcal, las mujeres
envejecidas pierden sus dos papeles principales en la sociedad, engendrar nuevos
ciudadanos y saciar la sexualidad masculina, por lo que se convierten en seres
socialmente inútiles. Al llegar a la vejez, y salvo las posibles excepciones,
una romana habría sido madre en varias ocasiones, y probablemente ya sería
abuela. Puede que estuviese casada, habiendo tenido un único matrimonio largo y
feliz, que se hubiera casado y divorciado en varias ocasiones, o que estuviese
viuda. Seguramente su cuerpo mostrase ya algunos de los síntomas externos que la
sociedad romana consideraba definitorios de la vejez, como un pelo canoso, un
rostro con arrugas, o un vientre flácido. Se trata de rasgos que alejaban a la
romana del prototipo de belleza poética de la puella (mujer joven como objeto de
interés sexual), por lo que intentaba esconderlos arrancando o tiñendo las canas
y aplicándose remedios anti-arrugas como el estiércol de cocodrilo, la grasa de
cisne o harina de habas. También resulta frecuente asociar a la vetula con la
magia y la nocturnidad, situándola así al margen de la sociedad romana. No
obstante, junto a estas mujeres rechazadas por la sociedad, nos encontramos con
otras vetulae que poseían poder económico y social. Conocemos así a romanas que
influyeron en las vidas de sus hijos y nietos adultos, como Cornelia (hija de
Escipión el Africano), ideal de esposa, madre y viuda, o Veturia, y que pasaron
a formar parte de la memoria colectiva del pueblo romano como personificación de
la sabiduría, el prestigio y el conocimiento del pasado que los romanos
atribuían a las ancianas. Algunas vetulae destacaron también por su importante
patrimonio y patrocinio público; tal es el caso de Ummidia Quadratilla,
fallecida con casi 80 años y que, además de ser dueña de una compañía de
pantomimas, destinaba parte de su fortuna al evergetismo (hacer buenas obras con
su dinero). Una vetula cuya riqueza ha dado lugar a diversos trabajos
historiográficos es Pudentilla, viuda africana que deseaba contraer matrimonio
con el escritor Apuleyo y cuyos familiares iniciaron un proceso judicial en el
que se hacen continuas referencias a su edad y a su gran fortuna. Se trata de
matronae respetables, pertenecientes a la élite romana, que asumen matronazgos
cívicos y se convierten en mujeres influyentes en su comunidad. Sus actos las
dotan de una dignitas que puede apreciarse en aquellas estatuas femeninas donde
los rasgos de la vejez no adquieren un carácter grotesco, sino laudatorio.
Alejadas de la idea de pobreza, dependencia y repulsión con la que los
escritores tratan a las magas o a las prostitutas envejecidas, estas mujeres
ocupan papeles preeminentes tanto a nivel privado/familiar como a nivel público.
La mater familia, no goza de más derechos que sus hijas; sin embargo, su
influencia no es desdeñable, hasta el punto que se ha podido decir que la
República obedecía a los senadores y que los senadores obedecían a sus mujeres.
Por el contrario, la anciana sola es abandonada y despreciada, y la crueldad en
lo relativo a su fealdad física es muy grande. En la sociedad romana, el papel
más relevante que podía ocupar la mujer, con la institución del matrimonio de
por medio, era el de gestante y criadora de las futuras generaciones de
ciudadanos. Pero, ¿qué se esperaba de una matrona al finalizar sus años
reproductivos? ¿Y a qué edad ocurría ese hecho? Las fuentes literarias nos
hablan así de las ancianas en Roma: HORACIO El epicúreo Horacio experimenta una
gran repulsión hacia la vejez, pero sobre todo le indigna particularmente la
fealdad de las ancianas; el cuerpo femenino, símbolo de belleza durante la
juventud, se convierte en el emblema de la fealdad absoluta en la vejez, sobre
todo cuando la mujer se obstina en querer inspirar amor. Horacio nos lo dice así
en su obra: «¿Cómo puedes, vieja carroña centenaria, pedirme que desperdice mi
vigor, si tiene los dientes negros, tu vieja cara está surcada de arrugas y
entre tus nalgas bosteza una horrible abertura como la de una vaca que ha hecho
mal la digestión?¿Crees tal vez que puedes excitarme con tu pecho, tus senos
colgantes como las mamas de una yegua, con tu vientre fofo, tus muslos canijos
rematados por una pierna hinchada?» Ridiculización que también vemos en obras de
otros autores como Plauto, Marcial o Juvenal. Estas representaciones, por otro
lado, contrastan con visiones literarias más positivas, como las proporcionadas
por Plinio, Tácito, u Ovidio. Partiendo de que toda mujer romana debía ser
moderada en su sexualidad para poder ser considerada como púdica, veremos cómo
ello es especialmente importante en el caso de las mujeres mayores, quienes al
no poder cumplir con su papel de reproductoras de ciudadanos debían deshacerse
de todo comportamiento sexual. Quienes transgredieron la norma fueron
ridiculizadas, animalizadas, rechazadas por la sociedad. Surge así un
estereotipo de mujer vieja libidinosa, en ocasiones rica, a la que se
caracteriza como un monstruo. Por otro lado, y como indican Marcial y Propercio,
sólo las mujeres jóvenes eran, desde el punto de vista del varón romano, dignas
del amor: “¿Por qué, Ligeya, mesas tu decrépito coño? ¿Por qué atizas los
rescoldos de tus propios despojos? Tales primores están bien en las jóvenes;
pero tú ya ni vieja puedes parecer. Eso, créeme, Ligeya, no resulta bonito que
lo haga la madre de Héctor, sino su esposa. Te equivocas si te parece éste un
coño: la polla ha dejado de interesar por él. Por tanto, Ligeya, si tienes
vergüenza, no pretendas mesarle la barba a un león muerto” (Mart. 10.90). Las
fuentes de naturaleza jurídica y administrativa nos hablan así de las ancianas
en Roma: Se engloban aquí leyes concernientes a la edad máxima en la que un
matrimonio tenía por objetivo concebir, disposiciones acerca de censos y
certificados de nacimiento, resoluciones de conflictos legales concretos, o
normativas sobre la venta de esclavas ancianas y las obligaciones de las
libertas para con sus patronos. Las esculturas también nos hablan de las vetulas
en Roma: A los bustos que representan a vetulae revestidas de dignitas se
contraponen piezas de mujeres en quienes se resaltan las arrugas, la delgadez y
la flacidez del cuerpo, y la vejez adquiere connotaciones repulsivas.
Representaciones, como las de la anus ebria, que también aparecen en el registro
material en forma de botellas cuya funcionalidad todavía no está clara. Es en
las fuentes epigráficas donde quizás podamos acceder más directamente a la voz
de las vetulae y a su papel en la sociedad romana al margen de los estereotipos
y las normas legales, y donde las vemos llevando a cabo acciones de evergetismo
y matronazgo y ejerciendo diversos trabajos. En los documentos epigráficos
también se aprecian las relaciones de afecto que existían entre estas mujeres y
diversos miembros de su familia, de forma que podemos acercarnos a la
cotidianeidad de las vetulae y a su posición en el ámbito privado. En las
fuentes epigráficas nos encontramos también con vetulae que indican los oficios
que realizaron en vida, como es el caso de la paedagoga Cornelia Fortunata,
quien pudo haber ejercido hasta el momento de su muerte. La antropología física
nos da indicios sobre la vida de las mujeres en Roma: Los restos óseos extraídos
del registro arqueológico nos aportan información sobre las condiciones del
sujeto a lo largo de su vida y en el momento de su muerte, así como acerca de
patologías relacionadas con la vejez.
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