Edad Media: los errores históricos que no conocías
Edad Media: los errores históricos que no conocías
Ni sucia, ni reprimida, ni brutal: ocho errores históricos comunes sobre la Edad
Media Encajar mil años en un mismo cajón requiere obviar lugares y momentos
concretos que contradicen todo lo que pensamos sobre el Renacimiento o la
Antigüedad César Cervera César Cervera SEGUIR Actualizado:25/03/2020 08:33h
GUARDAR 42 NOTICIAS RELACIONADAS La inquisición española y otros graves errores
históricos de la película Assassins Creed La idea de que el mundo estaba en la
completa oscuridad durante mil años y de repente, a mediados del siglo XV, unos
cuantos europeos encendieron el interruptor y se hizo la luz es una
interpretación inventada por las corrientes protestantes y luego los ilustrados.
La Edad Media no fue el periodo oscuro, sin cultura ni evolución científica,
dominado por la religión que tenemos clavado en el imaginario. O desde luego no
fue más sombrío que otros momentos de la historia. Encajar mil años en un mismo
cajón requiere obviar lugares y momentos concretos que contradicen todo lo que
pensamos sobre el Renacimiento o la Antigüedad. Requiere sacrificar la verdad en
pos de mitos y tópicos... En la etapa que conocemos como Plena Edad Media, entre
los siglos XI al XIII, se produjo un espectacular crecimiento en Europa a nivel
económico y demográfico que casi nunca se menciona, lo que se tradujo en el
incremento de las ciudades y en la expansión de la cultura y la alfabetización,
aún a un ritmo lento, por todo el continente. De aquellos años, minimizados en
los libros de historia, nació el humanismo cristiano, el parlamentarismo, el
desarrollo universitario o la difusión de los libros, por poner unos cuantos
ejemplos de elementos que han configurado la Europa actual. 1.º La caída de Roma
no fue culpa de la religión Edward Gibbon y otros representantes de la
historiografía tradicional achacaron el derrumbe del Imperio romano, punto de
partida de la Edad Media, a que el cristianismo convirtió a sus soldados y
ciudadanos en monjes. La oscura religión cristiana habría provocado así la
pérdida de los valores grecorromanos. Trabajos posteriores no han dejado de
enmendar esta visión tan limitada. Las razones del colapso del Imperio romano en
Occidente están relacionadas con múltiples factores, entre ellos cuestiones
demográficas, económicas y relacionadas con las luchas internas de poder, que no
dejaron de restar eficiencia a la administración civil y desligar a sus élites
de su compromiso en la defensa de las fronteras. La presión sufrida a manos de
elementos externos a la cultura romana terminaron por romper todas las
contenciones. Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San Vital en Rávena.
Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San Vital en Rávena. Al contrario,
se suele ignorar que fue la religión cristiana la que creó un sentimiento de
identidad común para todos los romanos y que incluso cuando cayó el Imperio
Occidental permitió que sobreviviera su legado a través de la Iglesia. Y, en
cualquier caso, el egocentrismo de la Europa occidental oculta que puede que
Roma cayera en Occidente, pero no lo hizo en Oriente. El llamado Imperio
bizantino, en su día simplemente el Imperio, fue una potencia cultural,
económica y militar durante siglos y siglos de la Edad Media. A pesar de que el
diccionario de la RAE de la Lengua Española (edición de 1970) defina
«bizantinismo» como «corrupción por lujo en la vida social, o por exceso de
ornamentación en el arte», este imperio fue todo menos decadente o corrupto.
Gracias a su labor cultural se mantuvo y transmitió el legado cultural del
helenismo que permitió a los sabios del Humanismo encontrar el camino de vuelta
al mundo clásico. Comos señala Guglielmo Cavallo en su libro «El hombre
bizantino» (Alianza, 1994), «Bizancio anticipa el estado centralizado de la Edad
Moderna, experimenta formas estatutarias de asistencia pública y privada a la
pobreza, se abre a modos capitalistas de expansión económica, concede a la mujer
-aunque sea bajo el ropaje de un difundido antifeminismo- una dignidad y un
papel desconocidos hasta nuestro siglo, y anticipa prácticas de trabajo
intelectual (ediciones de textos, formas de lectura) de la Edad Moderna». 2.º La
Iglesia no destruyó la cultura europea La caída del Imperio romano en Occidente
desencadenó siglos muy duros, siglos de peligros y de un rápido proceso de
feudalización, esto es, de fragmentación. Desapareció el Estado y apareció la
inseguridad. Cuenta el historiador británico Tom Holland, autor de «Dominio»,
que si alguien fue garante de la cultura en esos años de caos fue precisamente
la Iglesia: «No hubo un decrecimiento de la cultura. Tenemos la construcción de
las grandes catedrales, como la de Santiago, y tenemos a grandes escritores como
Dante. La Europa de la Edad Media fue la primera gran civilización de nuestro
mundo y de donde surgieron las demás. La actual Europa no es heredera de Roma y
Grecia, sino de la Europa medieval. Occidente nació entonces». En el seno de la
Iglesia se desarrollaron las primeras universidades y el trabajo de copistas,
traductores y otros elementos que permitieron conservar del olvido la cultura
clásica. Como explica el historiador Javier Martínez-Pinna en su obra «Eso no
estaba en mi libro de Historia de la Edad Media» (Almuzara), el desarrollo de la
enseñanza universitaria en Europa estuvo muy vinculado a la recuperación de la
filosofía aristotélica, de la a partir de los siglos XII y XIII se generalizaron
las traducciones de Aristóteles sobre lógica, metafísica, ética y política.
Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia y fraile, fue uno de los maestros europeos
que más contribuyó a extender la obra del filósofo heleno. Las universidades y
centros de enseñanza que se crearon en esas fechas contaron con la imprenta
aristotélica y el impulso de la Iglesia. 3.º ¿Una higiene deficiente? Desde su
cuenta en Twitter y en sus blogs Indumentaria y costumbres en España (desde la
Edad Media hasta el siglo XVIII) e Historias para mentes curiosas, Consuelo Sanz
de Bremond Lloret se ha convertido en todo un fenómeno de la divulgación
histórica por su labor desmontando mitos populares sobre la Edad Media. En
contra de la creencia extendida de que de buenas a primeras toda la humanidad se
abandonó a los métodos higiénicos más nauseabundos, esta experta en indumentaria
histórica explica que «es ridículo pensar que nuestros antepasados medievales no
conservaran los antiguos saberes botánicos y de limpieza personal, como ridículo
es pensar que las mujeres, responsables principales de las comodidades
domésticas, fuesen incapaces de cuidar la higiene no solo de su propio cuerpo,
sino también la de su gente». «Existen recetarios medievales para la limpieza
del cuerpo, para mantener la piel sana, para quitar manchas de la ropa, para la
elaboración de cosméticos, para la fabricación de perfumes» «Tal vez haya sido
nuestra superioridad tecnológica la que nos ha llevado a creer que la vida de
nuestros antepasados transcurría entre porquería. Los hábitos de higiene han
sido importantes siempre, también en la Edad Media. Existen recetarios
medievales para la limpieza del cuerpo, para mantener la piel sana, para quitar
manchas de la ropa, para la elaboración de cosméticos, para la fabricación de
perfumes. Había normas en hospitales para asear a los enfermos y mantener limpia
la ropa de la cama. Cualquier tipo de prenda se consideraba un bien muy valioso,
se heredaban incluso las apolilladas. En la propia iconografía podemos ver
hombres y mujeres preocupados por su imagen, con cabellos bien peinados,
arreglados con sofisticación», apunta. 4.º Sucios cristianos contra limpios
musulmanes La otra cara de la moneda sobre el mito de la falta de higiene
medieval está relacionada con el supuesto contraste que había entre los sucios
cristianos y los limpios musulmanes. Este mito tiene su origen en el contexto de
lucha propagandística entre musulmanes y cristianos en la Edad Media, donde el
abismo cultural entre estas dos religiones agrandó los prejuicios y los recelos
de ambos pueblos. Entre muchos ejemplos de textos musulmanes criticando los
hábitos del otro bando, un cronista árabe escribió en la Baja Edad Media que los
cristianos de la Península «son criaturas traidores y de condición vil. No se
limpian ni se lavan al año más que una o dos veces, con agua fría. No lavan sus
vestidos desde que se los ponen hasta que, puestos, se hacen tiras; creen que la
suciedad que llevan de su sudor proporciona bienestar y salud a sus cuerpos».
Escena en una casa de baños, miniatura del siglo XV Escena en una casa de baños,
miniatura del siglo XV La mala fama de la higiene cristiana también es
extrapolable a la comparación con los judíos, de los que se suele decir sin
pruebas ni cifras que sobrellevaron mejor las sucesivas epidemias de peste
gracias a sus mejores hábitos higiénicos, o la de los conquistadores españoles y
los indígenas de América. Lo único cierto en esta imagen de una sociedad que, a
ojos actuales, podría parecernos descuidada, es que a principios del siglo XVI
aparecieron nuevas normas de higiene en la Europa cristiana ante la creencia de
a través de los poros de la piel entraban las infecciones. De ahí que se
desaconsejaran los baños calientes o de vapor, sin que ello fuera obstáculo para
que hasta gente corriente, por descontado los reyes y los nobles, realizaran una
limpieza exhaustiva y diaria de las distintas partes de su cuerpo a través de
método en seco como era la frotación de las prendas. 5.º Sexo y desnudez No hay
pruebas de que existieran cinturones de castidad en la Edad Media, esto es,
bragas de hierro instaladas por los maridos a sus esposas para evitar que les
pusieran los cuernos. La mayoría de cinturones de castidad que hoy se exhiben en
museos y gabinetes de curiosidades fueron artefactos creados por mentes del
moralista siglo XIX que quisieron imaginar una Edad Media repleta de
perversiones. Beato de Osma. La victoria del cordero (escena del Apocalipsis).
Beato de Osma. La victoria del cordero (escena del Apocalipsis). La idea de que
el sexo en la Edad Media era algo restringido, algo bajo llave, la manzana
prohibida, es en su mayoría una reinvención posterior y nacida de la creencia de
que la Iglesia tenía un poder omnipresente. Las leyes de la Iglesia nunca
prohibieron que esposo y esposa se vieran desnudos, como mucha gente piensa.
Este mito surge de achacar a los Penitenciales, un manual para confesores
escrito a mediados del siglo VI en las Islas británicas, más influencia de la
que tuvo en su día. La obra fue escrita por una comunidad religiosa de ascetas
que combatían el paganismo, pero su impacto en el resto del continente fue
marginal. «El Decamerón» de Giovanni Boccaccio, escrito entre 1351 y 1353, es
una crónica bastante picante de las relaciones en aquella época incluso en los
conventos que demuestra que la moral era más relajada de lo que se suele
imaginar. La presencia multitudinaria de desnudos incluso en representaciones
religiosas obligan a plantearse una imagen diferente de lo que tradicionalmente
se atribuye a la Edad Media. 6.º El derecho de pernada El derecho de pernada o
«ius primae noctis» era el privilegio feudal por el que los nobles tenían
potestad de pasar la noche de bodas con la mujer de sus vasallos, esto es, de
desvirgarla. No en vano, la mayoría de historiadores reducen la incidencia del
derecho de pernada a casos y lugares muy concretos, aunque recuerdan que este
privilegio feudal se ejercía de forma indirecta mediante el pago de un impuesto
al señor por haber autorizado el enlace de sus vasallos. Es más, era tradicional
en muchos lugares que el señor simulara el acto sexual o saltara encima de la
novia en las celebraciones que seguían a la boda, a modo de recordatorio del
poder del noble sobre sus vasallos y como remanente de lo que algún día fue el
derecho de pernada. Quienes defienden que nunca existió se aferran a la escasa
documentación y a los pocos textos legales en los que hay referencia al este
abuso. Así y todo, l a Sentencia arbitral de Guadalupe (1486) por la que
Fernando El Católico puso fin a muchos de los abusos de la nobleza contra los
vasallos catalanes se menciona que «ni tampoco puedan [los señores] la primera
noche quel payés prende mujer dormir con ella o en señal de senyoria». Una frase
que demuestra que el derecho de pernada había sido algo al menos teórico en otro
tiempo. La Iglesia luchó por que el derecho canónico se situara por encima de
cualquier uso o fuero ancestral, incluido el derecho de pernada. Si bien existe
la creencia de que la Iglesia fue cómplice de este supuesto derecho, lo cierto
es que las instituciones eclesiásticas se alzaron como el escudo que protegió al
pueblo llano de algunas de esas injusticias cometidas por los nobles. La Iglesia
se preocupó por que el matrimonio cristiano no fuera una concesión de un rey o
de un señor feudal, sino una comunidad de la vida y del amor entre dos personas
regida por las leyes de Dios. Así, luchó por que el derecho canónico se situara
por encima de cualquier uso o fuero ancestral, incluido el derecho de pernada.
7.º Persecución de brujas pertenece a otro periodo La imagen de una quema de
brujas es una de las estampas más representadas por el cine y la literatura a la
hora de recrear la Edad Media. Sin embargo, la realidad es que fue la Edad
Moderna la que trajo episodios tan avanzados como las guerras de religión o la
caza masiva de brujas. Salvada la Edad Media, se desató a comienzos de la Edad
Moderna una inesperada obsesión por la caza de brujas, porque, según sostiene el
historiador Ricardo García Cárcel, se introdujo una nueva novedad en la
sociedad: «La idea de que el demonio estaba en todas partes y que las brujas
habían sido creadas por él». La fiebre cazadora empezó a finales del XV,
respaldada, en 1484, por el Papa Inocencio VIII en la bula Summis desiderantes
affectibus: «Muchas personas de ambos sexos se han abandonado a demonios,
íncubos y súcubos, y por sus encantamientos, conjuros y otras abominaciones han
matado a niños aún en el vientre de la madre, han destruido el ganado y las
cosechas, atormentan a hombres y mujeres y les impiden concebir». Se abría la
veda. Hoja relatando la quema de una mujer en 1531, acusada de haber quemado la
ciudad alemana de Schiltach con ayuda del Demonio. Hoja relatando la quema de
una mujer en 1531, acusada de haber quemado la ciudad alemana de Schiltach con
ayuda del Demonio. La fiebre tornó en delirante conforme avanzaban los años. «A
finales del siglo XVI el problema se agravó porque la intelectualidad europea y
racionalista se obsesionó con el demonio y mezcló esta idea con la de las
brujas», explica García Cárcel, autor de «La Inquisición», Madrid, Anaya, 1995.
A consecuencia de este fenómeno se vivieron ochenta años de terror que
afectaron, sobre todo, a la Europa central, Inglaterra y a los países más
avanzados. Los investigadores actuales estiman que, entre mediados del siglo XV
y mediados del siglo XVIII, se produjeron de 40.000 a 60.000 condenas a la pena
capital por este concepto. La mayor parte de los ejecutados tuvo lugar en
Alemania y los países colindantes. 8.º La delicada convivencia en Al-Ándalus En
la sociedad andalusí hubo una coexistencia pacífica en algunos momentos y
lugares entre musulmanes, cristianos y judíos que a comienzos de la Edad Moderno
hubiera resultado impensable en una Europa que se desangraba incluso entre
distintas ramas del cristianismo. Sin embargo, cabe recordar que la tolerancia
que se estableció en Al-Ándalus no es trasladable al concepto actual de
tolerancia y tenía en ese momento unos límites claros. En todo momento se dio
una separación de carácter legal entre unas comunidades y una cesión de espacios
obligada, en parte, porque los invasores no estaban en condiciones de implantar
sus creencias y, además, porque el Corán establece que la fe islámica no se
puede imponer por la fuerza. Batalla de la Reconquista, miniatura de las
Cantigas de Santa Maria Batalla de la Reconquista, miniatura de las Cantigas de
Santa Maria Como cuenta el doctor Juan Abellán Pérez en el libro coordinado por
Vicente Ángel Álvarez Palenzuela «Historia de España de la Edad Media» (Ariel),
los jefes visigodos recibieron distintos tratos en función a si durante la
conquista habían ejercido oposición o no. A los hostiles se les exigió sumisión
total al Islam (sulh), mientras a los que no se resistieron únicamente se les
reclamó respeto a la autoridad política (‘ahd). No en vano, y tal vez esta es la
base del mito de la buena vecindad entre religiones, en ambos casos se garantizó
su vida y sus creencias a cambio de pagar un impuesto personal o capitación en
metálico (yizya), aparte de la contribución territorial en especie (jaray), que
debían pagar incluso si optaban por convertirse a la fe de los conquistadores.
También las posesiones de la Iglesia fueron respetadas en este tipo de pactos
que primaron el pragmatismo por encima de los dogmas religiosos: «Que no se
confiscarán sus propiedades ni serán esclavizados. Que no serán separados de sus
mujeres e hijos, ni serán asesinados. Que no serán quemadas sus iglesias ni
expoliados los objetos de culto que contienen. Que no serán discriminados ni
aborrecidos por sus creencias religiosas». En todo momento se dio una separación
de carácter legal entre unas comunidades y una cesión de espacios obligada, en
parte, porque los invasores no estaban en condiciones de implantar sus creencias
A largo plazo, sin embargo, los judíos y cristianos que no se convirtieron
padecieron los estragos de un sistema legal, impuesto por una minoría no
autóctona, que en función a los vaivenes políticos discriminaba más o menos a
los no mahometanos. El resultado es que en Al-Ándalus convivieron dos sociedades
duales, yuxtapuestas y claramente diferenciadas: la de los conquistadores y la
de los conquistados. Entre los conquistados, se incluían también los muladíes,
conversos de origen hispánico, que no gozaban de la misma igual que la clase
árabe dominante, quien a su vez mantenía relegada a la de los bereberes. La
discriminación religiosa se difuminaba en muchos aspectos con las división
social reinante. De hecho, la aristocracia hispana que se convirtió al Islam
convivió a la perfección con la árabe, de modo que ambos unieron esfuerzos
contra las revueltas de bereberes, eslavos y clases bajas. Porque, ya se sabe,
poderoso caballero es don dinero.
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